Una educación que busca la unidad entre Fe y Razón

Así como perfeccionamos las ciencias, debemos perfeccionar la moral, sin la cual el saber se destruye. (Isaac Newton)







domingo, 21 de febrero de 2010

Diez ideas para proteger tu familia



Por Aquilino Polaino
Catedrático en Psicopatología
Universidad Complutense

En el II Congreso Educación y Familia de la Universidad Católica de Murcia*
1- Disponibilidad: consiste en dedicar tiempo (¡que es lo que menos tenemos!) a atender a nuestros hijos y esposo/a. Con los adolescentes, por ejemplo, no vale lo de “este tema ya lo hablaremos el sábado con tranquilidad, cariño”. Para el sábado, tu hija de 13 años ya se ha emborrachado con una amiga y van a hacer lo que se les ocurra, porque el padre estaba deslocalizado, como las empresas. Hay que estar disponible, porque hay problemas que sólo se arreglan en el momento en que el otro se anima a plantearlo y pide ser escuchado. Recordemos que nuestros padres, al morir, sólo nos dejan realmente el tiempo que pasaron con nosotros. Demos tiempo al otro.
2- Comunicación padres-hijos: que los padres hablen menos y escuchen más. En muchas familias, cuando un padre o madre dice “hijo, tenemos que hablar”, el chaval piensa “uy, malo, malo”. ¿Por qué? Porque sabe que los padres cuando dicen “tenemos que hablar” quieren decir “te voy a soltar un discurso por algo tuyo que no me ha gustado”. Esto cambiaría si los padres se hicieran un propósito: dedicar el 75% a escuchar y sólo el 25% a hablar. Escuchar a los hijos (o al cónyuge, a cualquiera) es un esfuerzo activo. Hay que soltar el diario, quitar el volumen de la TV, girar la cabeza hacia quien te habla, mirar a los ojos, expresar atención. Eso es escucha activa, que es la que sirve para mejorar la estima de tu familia.
3- Coherencia en los padres y autoexigencia en los hijos. Uno es coherente cuando lo que piensa, siente, dice y hace es una sola y misma cosa. No tiene sentido decirle a los niños desde el sofá: “eh, vosotros, ayudad a mamá a quitar la mesa”. Hay que dar ejemplo primero. Tú, padre, has de quitar la mesa durante 5 días, que te vean. El quinto día dices a tu hijo: “venga, ahora entre los dos”. Y dos días después: “estoy orgulloso de ti, ahora ya has aprendido y ya puedes quitar la mesa tú sólo”. Y él se sentirá orgulloso de quitar la mesa. Así aprenden a autoexigirse, que es mucho mejor que tenerlos vigilados 24 horas al día. Esto es un progenitor potenciador, motivador, animador y protector al mismo tiempo. También pedimos a los niños que estudien pero ¿nos ven a nosotros estudiar, leer revistas de nuestro oficio, ponernos al día en nuestra especialidad? Hemos de poder decir: “mirad, hijos, nosotros también estudiamos”.
4- Tener iniciativa, inquietudes y buen humor, especialmente con el cónyuge . Estos tres factores son útiles para la estima familiar. En España el buen humor no suele escasear. Pero la rutina es un enemigo en las relaciones conyugales y con los hijos. El punto clave es que haya creatividad e iniciativa en la vida de pareja y eso se contagiará a toda la familia. Las mejores horas deben ser para compartir con el esposo o esposa. Ser papá o mamá no debe hacernos olvidar que somos “tú y yo, cariño, nosotros”. Creatividad e iniciativa protegen a la pareja de la rutina. Cuando hay rutina, es fácil que uno de los dos busque la “magia” añorada fuera, en otras relaciones. Por el contrario, si la pareja va bien, los hijos aprenden su “educación sentimental” simplemente viendo cómo se tratan papá y mamá, viendo que se admiran, se halagan, se alaban, son cómplices. “Cuando sea mayor trataré a mi mujer como papá a mamá”, piensan los niños entusiasmados. Eso les da autoestima.
5- Aceptar nuestras limitaciones, y las de los nuestros. Hay que conocer y aceptar tus limitaciones, las de tu cónyuge, las de tus hijos. Pero es importantísimo no criticar al otro ante la familia, no criticar a tu cónyuge ante los niños, o a un niño ante los hermanos, comparando a un hermano “bueno” con uno “malo”. Eso hace sufrir al hijo y le quita estima. Es mejor llevarlo aparte y hablar.
6- Reconocer y reafirmar lo que vale la otra persona. Seamos sinceros: no tiene sentido que andemos llamando “campeón” a nuestro niño que nunca ha ganado nada. Si ha perdido un partido de fútbol, no le llames campeón. Ha de aprender a tolerar la frustración, acompañado, eso sí. También hemos de saber (grandes y pequeños) que somos buenos en unas cosas y no en otras. “Hijo, pareces bueno en A y en B, pero creo que C no es lo tuyo”. Reafirmemos al otro en lo que vale, y se verá a sí mismo como lo que es, una persona valiosa.
7- Estimular la autonomía personal. Uno se hace bueno a medida que va haciendo cosas buenas. Es importante que lo entiendan los hijos. Lo que se hace es importante: hacer cosas buenas nos hacer buenos a nosotros. Esta idea ayuda a tener autonomía personal, hacer las cosas por nosotros mismos, para mejorar nosotros.
8- Diseñar un proyecto personal. No irás muy lejos si no sabes donde quieres ir. Quedarte quieto no es factible, uno tiende a volver a quedarse atrás. Has de tener un proyecto personal para crecer, y atender y ayudar a discernir y potenciar los proyectos de los tuyos.
9- Tener un nivel de aspiraciones alto, pero realista. Hemos de jugar entre lo posible y lo deseable. Si aspiramos alto, nos valoraremos bien, tendremos autoestima. Pero, ¿es factible? Debemos conjugar un alto nivel de aspiraciones con la realidad de nuestras capacidades y recursos.
10-Elijamos buenos amigos y amigas. El individualismo es el cáncer del s.XXI. Nosotros y nuestros hijos estamos atados a máquinas gratificantes: el DVD, la TV, la videoconsola, Internet... El trabajo en solitario va minando la amistad verdadera. ¡Los amigos comprometen mucho y al individualista no le gustan los compromisos! Sin embargo, necesitamos más que nunca amigos humanos, personas, grandes y buenos amigos, con los que compartir muchas horas, conversaciones sinceras y cercanas, amistades de verdad, que te apoyen y te conozcan auténticamente, que te acepten con tus fallos y potencien lo mejor en ti. Seleccionar amigos así para ti y para los tuyos es la mejor inversión.
Una familia que trata de seguir estos principio contribuye a mejorar la estima en sus hijos. Hay finalmente tres ideas más a considerar:
Según Chesterton, lo natural tiende a lo sobrenatural mientras que lo que no se sobrenaturaliza se desnaturaliza. Es cierto. Hemos de entender que la estima, el amar y el amarse, es sobrenatural. ¿Has pensado en cómo te ama Dios, en lo grande, lo sobrenatural de Su amor por ti? Piénsalo. Eres muy especial para Él. Cuando vivas este amor, comunícalo a tus hijos.
Buena parte del sufrimiento inútil en el mundo se produce porque en algunas ocasiones en las que deberíamos dedicarnos a pensar, nos ponemos a sentir; y en ocasiones que son para sentir, nos ponemos a pensar. Evitemos este sufrimiento inútil: hay momentos para pensar y momentos para sentir.
Si luchas, puedes perder, pero si no luchas ya estás perdido. Si luchas por tu vida familiar, no estás perdido.

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*Resumen recogido por forumlibertas

domingo, 14 de febrero de 2010

Diez ganancias


Por José Pedro Fuster Pérez
Colegio Edith Stein
En una sociedad cada vez más secularizada, donde la indiferencia al hecho religioso es constante y frecuentemente insensible, donde la radicalidad anticlerical es violenta, donde la ridiculización a lo más noble y bello es persistente, viene muy bien a nuestro corazón palabras alentadoras y que infunden calor sobre los gélidos vientos anticristianos que vive nuestra sociedad y a los que debemos hacer frente, hoy más que nunca, con la oración, el ayuno y la limosna.

Inspirándome en el mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la cuaresma 2009, he descubierto en su exhortación 10 ganancias o buenas razones para ayunar y vivir, de este modo, extraordinariamente bien la Cuaresma.
1.Adquirimos la virtud de la autenticidad. Ser auténticos es saber dirigir nuestra conducta teniendo como marco referencial los orígenes, las raíces que causaron lo que somos ahora. Las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia son fundamento de nuestra fe. Y como la tradición bíblica confiere un gran valor a la oración, el ayuno y la limosna, nosotros seguimos sus pasos porque la tradición cristiana nos dice que "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón Pascual).
2. Fortalecemos nuestra voluntad. El ayuno es capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios.
3. Recuperamos la amistad con el Señor. Los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: a ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos (3,9). También en esa ocasión, nos dice Benedicto XVI, Dios vio sus obras y les perdonó.
4. Descubrimos el valor de la fidelidad. El verdadero ayuno, consiste en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará" (Mt. 6,18). Con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

5. Ganamos en bondad. El ayuno facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Por tanto, nos hacemos dóciles a sus inspiraciones y adquirimos actitudes irreprensibles.

6. Aprendemos a amar de verdad. El ayuno nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo y abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio.

7. Obediencia. El ayuno es un excelente recurso para curar todo lo que nos impide conformarnos con la voluntad de Dios.

8. Nos volvemos justos. El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. Cultivamos el estilo del Buen Samaritano que mantiene viva esa actitud de acogida y atención hacia los hermanos.

9. Nos hace libres. El ayuno es una arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.

10. Nos ponemos en disposición de alcanzar la sabiduría. Conociendo que el ayuno aleja todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo.

Y para finalizar esta hermosísima carta, el Santo Padre nos invita a vivir con mayor intensidad la oración, el trato asiduo con el Señor y acudir con regularidad a los sacramentos de la confesión y de la eucaristía. Con esta disposición interior entraremos en el clima penitencial de la Cuaresma.

martes, 9 de febrero de 2010

Estupidez en serie


Por José Ramón Ayllón
Filósofo, escritor y novelista

Leticia tiene quince años, una guitarra, varios hermanos y mucha simpatía. Le pregunto su opinión sobre las series de televisión. Me responde que ha decidido no verlas, porque le parece que confunden el amor con la obsesión por enchufar sexo en las cabezas de los espectadores. “Pretenden hacernos creer –me explica- que lo normal es el sexo fuera del matrimonio, el aborto y la eutanasia, y –sobre todo- la homosexualidad. Además, como los guiones están llenos de humor, parece que todo lo que muestran es bueno y maravilloso”.

Algún lector estará pensando que esta chiquilla es un poco estrecha, pero José Antonio Marina dice algo muy parecido: “Si yo fuera un extraterrestre y viera algunos programas de televisión, pensaría que los humanos son unos salidos que no piensan nada más que en el sexo. Es la presión de los adultos, entre otras cosas por razones comerciales, la que está reduciendo el periodo infantil y lanzando, sobre todo a las chicas, a un mundo obsesivamente sexualizado”.

Algún Lector pensará, sin duda, que Marina es un poco estrecho, pero Ángeles Caso lamenta esa misma marea de zafiedad en programas donde “se miente, se grita, se insulta, se calumnia y se rebuzna”. Además, por su propia condición, Ángeles Caso se centra en el punto de la degradación televisiva que más le duele: la reducción de las mujeres a trozos de carne, a marujas parlanchinas, a compradoras compulsivas, a exhibicionistas de cuerpos espléndidos con cerebros de mosquito.

Es posible que Ángeles Caso sea un poco estrecha, pero Emilio Lledó también piensa que “nuestra televisión es una basura. Y su tiranía sobre la conciencia infantil y juvenil es un problema más grave que el desempleo y la crisis económica. Esos otros educadores han invadido sin derecho alguno el espacio de la educación, y han introducido valores, ideas y palabras mortales para la vida de la mente y de los hombres. La educación auténtica exige idealismo y generosidad, y sólo es posible por el cultivo del conocimiento, de la mirada sobre la realidad de la vida y de los hombres. No se trata de algo utópico. Lo utópico, irreal y ridículo es el pragmatismo de lo inútil, la falacia de convertir en real las informaciones o esperpentos que nos venden como vida, ese detritus mental que se produce en muchos rincones de la sociedad”.

Tal vez Lledó..., pero Robert Spaemann también opina que "quienes trabajan en ese medio de comunicación aplican casi únicamente el criterio del impacto para seleccionar los temas. De este modo, la tradición basada en valores normales de la vida no tiene ya espacio. La televisión destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, porque en sus parámetros lo normal carece de interés. Por lo tanto, ni el equilibrio, ni la verdad, ni la belleza se respetan como valores. No sé si peco de pesimista, pero creo que la dependencia de las personas de la televisión es el hecho más destructivo de la civilización actual".

Quizá Lledó y Spaemann sean filósofos estrechos, pero es Arturo Pérez-Reverte quien coincide con ellos y lamenta lo que ha visto en “una de esas series de estudiantes, y de jóvenes en su misma mismidad”, donde no falta un rata, varias chicas preocupadas porque Mariano no las mira, un cachas que se cepilla a una de ellas, un guapo que está saliendo de la droga, una profesora con ganas de tirarse a los alumnos, un gay que encuentra su media naranja en otro chico gay que resulta ser hijo del conserje, una chica que se queda embarazada... “Lo malo es que todo eso rebota fuera, y en vez de ser la serie la que refleja la realidad de los jóvenes, al final resultan los jóvenes de afuera los que teminan adaptando sus conversaciones, sus ideas, su vida, a lo que la serie muestra (...). Y me aterra que semejantes personajes, irreales, embusteros en su pretendida naturalidad, tan planos como el público que los reclama e imita, se consagren como referencias y ejemplos”.

Los griegos calificaban de obsceno lo que no debía ser representado sobre el escenario del teatro, por considerarlo degradante para el espectador. Pero nosotros somos posmodernos, y no necesitamos moralina de Pericles ni de Pérez-Reverte. Por eso producimos estupidez en serie, y luego vemos esas series con gusto, pues estamos encantados de descender del mono y de los surrealismos y totalitarismos del siglo XX, que nos han acostumbrado a admitir que lo negro es blanco, y la noche día, y a tomar la basura por la más grande de las creaciones humanas. Y, ahora, si algún lector piensa que estoy exagerando en este párrafo, debo reconocer que tiene razón: por suerte, hay mucha gente como Leticia.